jueves, 26 de noviembre de 2015

Tales y el agua

Tales fundó en Mileto la primera academia de Filosofía y Matemáticas de la historia. Es considerado el primer filósofo de Occidente, y uno de los Siete Sabios de Grecia. Se le atribuyen numerosas aportaciones en los campos de las matemáticas, las astronomía, la física o la filosofía, aunque su principal contribución a nuestra civilización occidental fue la de intentar encontrar una explicación racional a todos los fenómenos que nos rodean.
Comenzaba a llover, pero no sintió la necesidad de apretar el paso. El agua era una excelente amiga que le había acompañado en los mejores momentos de su vida, y hoy no podía faltar a su cita. Parecía que los dioses, de cuya existencia dudaba firmemente, también se alegrasen por él a pesar de todo.

Desde joven había surcado las aguas del Mediterráneo oriental, para recorrer numerosas tierras en sus expediciones comerciales: Fenicia, Egipto, Creta, Babilonia. En todos esos territorios había logrado importantes tratos comerciales, pero aún más valiosos que las mercaderías fueron los conocimientos que adquirió en cada lugar. 



En su estancia en Caldea se familiarizó con la astronomía, una de sus ocupaciones preferidas, aunque también de las que le habían ocasionado mayores problemas. Todavía tenía reciente el recuerdo de las risas de sus vecinos la noche en que se cayó a un pozo cuando caminaba absorto, con su mirada fija en las estrellas, pensando en el origen del universo. 

A pesar de que había realizado numerosos descubrimientos en dicha materia, todos eran desdeñados por sus compatriotas. Decían que a quién le importaba saber que la luna no tenía luz propia sino que su brillo era el reflejo del sol, o que el año astronómico tuviera 365 días. Tan sólo los navegantes sí estimaban como muy valiosa su recomendación de tomar la Osa Menor como punto de referencia en sus travesías, en lugar de la Osa Mayor.

Lo mismo le ocurría con sus nociones de geometría, aprendidas en sus viajes a Egipto. Allí, los sacerdotes de los templos de Menfis y Dióspolis le habían revelado diversos cálculos que practicaban siguiendo unas tablillas que confeccionaban reuniendo sus experiencias, para poder utilizarlas en casos similares. 

Lo que realmente le chocaba era que los arquitectos egipcios pudiesen levantar construcciones tan maravillosas sin llegar a entender profundamente la esencia misma de aquellas fórmulas, utilizándolas de forma intuitiva y repetitiva. No comprendía por qué no aplicaban la lógica y el sentido deductivo, ni cómo tampoco llegaban a inferir leyes universales de los resultados empíricos. 

Recordó, por ejemplo, cuando a través de la observación de los triángulos, determinó la ley de proporcionalidad de los lados de triángulos semejantes, que le sería de gran utilidad para calcular la altura exacta de las pirámides, comparando la longitud de la sombra que él proyectaba sobre la arena con la que producían las pirámides. Algo que ni se les había ocurrido a aquellas gentes que, sin embargo, eran capaces de levantar templos impresionantes. 

Sus conciudadanos no encontraban el sentido práctico de dichos aprendizajes, ni siquiera cuando Tales les explicaba cómo podían determinar la distancia a la que se encontraba un barco del puerto, utilizando su método. ¡Qué más da si el barco está a 5 o a 7 millas!,  exclamaban. Tan sólo valoraban sus ajustados cálculos cuando necesitaban su ayuda para la tediosa y difícil tarea de repartir equitativa y proporcionalmente las herencias. 

Tampoco entendían su gran descubrimiento, al cual había llegado gracias a su capacidad de observación, respecto a que el agua constituía el arkhé, la esencia primigenia de todas las cosas, y en especial de la vida, y no todos esos dioses antropomórficos en los que creían los demás. Defendía firmemente que el universo era un inmenso océano, en el que los astros como la Tierra flotaban sumergidos, protegidos por una especie de burbuja de aire que representa la atmósfera. Y que todos ellos bailaban de forma armónica, rigiendo sus movimientos por números, fórmulas, círculos y triángulos.  

Experimentó un cierto periodo de gloria cuando consiguió predecir el eclipse que tuvo lugar justo el día de la batalla entre lidios y medos, el 28 de mayo del 585 a.C. Los contendientes detuvieron la misma al cumplirse la predicción, y Tales fue encumbrado a las categorías de hombre sabio y reputado astrónomo. Pero era conocedor de que la memoria colectiva de los hombres es efímera, y si bien aquellos sucesos le habían servido para ocupar un puesto relevante en el Consejo de la ciudad, poco a poco las burlas y chanzas sobre sus conocimientos continuaron produciéndose. 

Y no sólo eran las personas las que se mofaban de él, sino incluso los animales. En uno de sus viajes comerciales, al atravesar un río con un cargamento de sal, una de sus mulas tropezó de forma accidental, mojándose parte de la carga y diluyéndose en el agua del río, de tal forma que la bestia vio cómo su peso se había aligerado bastante. En el siguiente viaje la mula repitió la operación, esta vez de forma consciente, y así sucedió en el tercer viaje. No le quedó más remedio a Tales que cargar las alforjas de la acémila con esponjas, de tal forma que la mula no volvió a experimentar nunca más tales vahídos al cruzar los ríos. 

Él siempre había sido un hábil comerciante, y no le faltaba qué comer. Pero también es cierto que sus estudios le consumían mucho tiempo, y no había prosperado todo lo que sus capacidades le hubiesen permitido. Participaba activamente en el gobierno de la ciudad, y sus consejos eran normalmente tenidos en gran estima, por ser bastante lógicos. Sin embargo, en cuanto traspasaba cierta línea, las gentes le tomaban por poco menos que un loco. 

Así que hace unos meses llegó a la conclusión de que había llegado el momento de dar un golpe en la mesa. Llevaba unos años observando el comportamiento del tiempo y el crecimiento de las plantas. Las últimas campañas de recolección de aceitunas habían sido nefastas, de tal forma que cuando les ofreció a los molineros de Mileto y Quíos unas rentas por el alquiler de sus molinos para la presente campaña, todos aceptaron su generosa oferta, sin duda pensando que desvariaba una vez más.

Tal como auguró, los cielos vertieron generosamente sus aguas en su justa medida y en su preciso momento. La campaña oleícola había sido un éxito, y Tales estaba ganando dinero a raudales con las prensas de aceite. Era hora de tener un acto de generosidad con sus compatriotas, aunque muchos de ellos no se lo mereciesen. Esta tarde, en el ágora, había comunicado a los presentes que, a partir de hoy, rebajaría las tasas por molienda de aceite a un precio más razonable, que aún le permitiría obtener notables beneficios a él, pero también a los agricultores. Esta decisión fue enormemente celebrada por el pueblo. Tras la reunión que había mantenido con sus vecinos en la plaza, sentía que por fin se había ganado el respeto de aquella ciudad, aunque fuera por razones muy distintas de las que a él le hubiese gustado. 

Aún así, estaba tan contento que no le importaba nada la lluvia que ahora le caía encima. Con los beneficios obtenidos en las últimas semanas había asegurado su futuro. Ello le permitiría dedicarse en cuerpo y alma a sus números, y además podría abrir en Mileto una Academia de Filosofía y Matemáticas, sus dos grandes pasiones. Además del agua, claro.





Adenda: Tales fundó en Mileto la primera academia de Filosofía y Matemáticas de la historia. Es considerado el primer filósofo de Occidente, y uno de los Siete Sabios de Grecia. Se le atribuyen numerosas aportaciones en los campos de las matemáticas, las astronomía, la física o la filosofía, aunque su principal contribución a nuestra civilización fue la de intentar encontrar una explicación racional a todos los fenómenos que nos rodean.

Esta entrada participa en la 'Edición 6.8: el número 26' del Carnaval de Matemáticas que organiza en esta ocasión el blog Gaussianos.

2 comentarios:

  1. Agradezco la sencillez de la narrativa y su delicioso contenido. Saludos

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