jueves, 8 de enero de 2015

Viernes testicular. Dos historias increíbles pero relativamente ciertas sobre los testículos.

Descubre qué tienen en común Roma, la Justicia, la religión y los órganos genitales masculinos.
Hace un frío de coj... Esta expresión es muy común en estos tiempos de crudo invierno. Como también es común y diario el desfile de ‘personalidades’ por los juzgados de nuestra geografía.

No falta el día en que algún personaje famoso visite los tribunales, en calidad de imputado o para testificar en alguna causa. Manda huevos, que diría Trillo.



Y es que este órgano reproductor está íntimamente ligado a los procedimientos judiciales. Y no es porque la Justicia avance lentamente como si estuviese pisando huevos, sino porque testificar y testículo comparten la misma raíz.


Testificar viene del latín testificare, palabra compuesta de testis (testigo) y facere (hacer), mientras que testículo proviene de testiculus, que en latín significaba ‘testigo de virilidad’, y que es el resultado de la unión de la raíz testis (testigo) con el diminutivo culus, o lo que es lo mismo, 'pequeño testigo’.

Parece ser que cuando los romanos acudían a juicio como testigos, la tradición consistía en apretarse los testículos con la mano derecha, y jurar en su nombre decir toda la verdad sobre el asunto en cuestión: ‘lo juro por mis testículos’, que adquirían en ese momento calidad de ‘pequeños testigos’ de lo que iban a referir a continuación. Aunque tampoco hay datos de que nadie perdiese salva sea la parte por el delito de perjurio.


También hay quien opina que éste no es el origen de la palabra, sino que más bien tiene que ver con la leyenda de la papisa Juana.

Ésta fue una mujer alemana, hija de un monje, la cual aprovechó su voz grave para hacerse pasar por hombre y así ingresar en la Iglesia como sacerdote. Fue escalando posiciones en la carrera eclesiástica gracias a su erudición, viajando por las cortes más importante de la época, hasta que se trasladó a Roma en el año 848. Allí trabó amistad con el Papa León IV, convirtiéndose en su mano derecha hasta que, a su muerte, consiguió ser elegida Papa en el año 855.

Via della Conciliazione y Basílica de San Pedro. Roma.

Mantuvo el engaño un par de años, hasta que quedó embarazada. Parece ser que en medio de una procesión del Corpus Christi, que iba desde la plaza de San Pedro hasta la catedral de San Juan de Letrán, comenzó a sentir las contracciones y dio a luz en público, a la altura de la iglesia de San Clemente.

Basílica de San Juan de Letrán. Roma.


No se sabe si murió a consecuencia del parto, o lapidada por parte de la muchedumbre que le rodeaba. En todo caso, fue enterrada en la misma calle donde murió, con una inscripción que rezaba, en todo un alarde de pes: 'Petre pater patrum papissae prodito partum' (Pedro, padre de padres, propició el parto de la papisa), cuidándose los Papas posteriores de pasar por dicha calle en las siguientes procesiones que se celebraron.



Tras este suceso, la Iglesia adoptó la medida de verificar los atributos sexuales de los elegidos como Papas antes de ser investidos, obligándoles a que se sentasen en una silla con un orificio (la sedia stercoraria).

A través de dicho agujero un cardenal designado por el cónclave examinaba los testículos y exclamaba la sentencia ‘Duos habet et bene pendentes’ (tiene dos y cuelgan bien). Así ‘testificaba’ el cardenal que el Papa era un varón, y que podían llevar a cabo la liturgia de proclamación del nuevo Pontífice sin temor a sobresaltos, a lo que los asistentes al acto respondían Deo Gratias (‘Gracias a Dios’).

Espero que vosotros tampoco tengáis ningún sobresalto en este fin de semana que estrenamos hoy, sino que muy al contrario, paséis un finde cojonudo (con perdón).


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